Cuando el primer hombre llegó a la luna en 1969 fue algo espectacular. Hay dos historias bellas sobre los dos astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin. Cuando la nave tocó su superficie de la luna, Neil Armstrong descendió, dejó su huella y dijo para millones de telespectadores: “Un pequeño paso por un hombre, un gran paso para la Humanidad”. La historia sobre cuán profundamente era la fe de Armstrong, se muestra cuando viajó a Jerusalén en 1988. Neil visitó Jerusalén ese año, y le pidió a un profesor experto en arqueología bíblica que lo guió por la ciudad, que le llevase a un lugar donde pudiese tener la certeza de que había caminado Jesucristo. Cuando lo llevaron al lugar del templo de Herodes, Armstrong se concentró entonces profundamente y estuvo orando durante un rato en este lugar. Al terminar emocionado dijo: “Para mí significa más haber pisado estas escaleras que haber pisado la Luna”.
La otra historia dice que Buzz Aldrin llevó la Eucaristía con él sobre la nave espacial y después de leer una cita del Evangelio de San Juan, se comulgó.
Llegar a la luna fue extraordinario. Que experiencia quedarse más de dos horas sobre la superficie de la luna en aquel frío y nada alrededor viendo la Tierra desde lejos y comunicándose por radio.
La Ascensión de Jesús fue todavía mucho más espectacular. Los astronautas viajaron casi 400 mil kilómetros para llegar a la luna. Jesús bajó de los cielos y sube de nuevo dice la Escritura. Pero además de la espectacularidad, esta fiesta nos llena de dos valores:
1. Alegría: Jesús confía en sus discípulos su plan de misión: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio“.
2. Responsabilidad: De ver hacia arriba donde está nuestra destinación final que Jesús nos ha preparado. Pero también ver hacia abajo, donde Jesús sigue siendo presente en los más vulnerables y nos pide de colaborar en su plan de salvación aquí en la tierra.