¿Quién es Jesús? Es la pregunta que durante siglos muchos han intentado dar a través de la pintura, música, poemas, escritos y escultura. Hoy vuelve la pregunta en este texto: “¿quién dice la gente que soy yo?”. Este evangelio del domingo podemos dividirlo en dos partes: en la primera, Jesús nos dice quién es él. En la segunda, él mismo indica quién somos nosotros en cuanto seguidores suyos.
En nuestro recorrido al interior del Evangelio de Marcos en este año litúrgico, llegamos al corazón del Evangelio: el camino de Jesús y sus discípulos hacia Jerusalén, un camino en el cual Jesús se dedica a la formación de sus discípulos.
Ocurre ahora, por primera vez, que Jesús mismo se interese expresamente en las opiniones de la gente. Notemos cómo para todos Jesús es verdadero profeta: uno mandado por Dios y difusor con autoridad de la palabra y la voluntad divina. Jesús no se interesa por estas opiniones sino que sigue adelante con otra pregunta. Da la impresión de que la primera pregunta lo que quiere es preparar y provocar un contraste.
Con su afirmación, Pedro expresa la importancia que Jesús tiene para el pueblo de Israel. Lo reconoce como el rey que Dios, según las promesas mesiánicas, le da a su pueblo; el rey que se ocupa como un pastor de este pueblo, conduciéndolo a la plenitud de vida. Jesús es el Cristo, que anuncia que el Reino está cerca y definitivamente establecido y que llama a la conversión y a la fe, y confirma este anuncio con sus potentes acciones de misericordia y de salvación. El es al mismo tiempo el Cristo que da la plenitud de vida no en un triunfo y un reino terreno, sino en el sufrir injusticia y violencia y en su muerte y resurrección.
A Pedro, el escándalo de la cruz no le gusta. Pedro quería hacerse maestro del Maestro. Por eso Jesús lo remite a su puesto de discípulo. Esta orden es como una segunda llamada. Jesús no se confronta en privado con Pedro. Se vuelve hacia los discípulos, los involucra en el hecho y le grita fuertemente a Pedro: “Quita de mi vista, Satanás!”. Jesús le da una orden a Pedro, lo define como tentador y argumenta esto con el pensamiento que domina la mente de Pedro. Con sus palabras, Jesús no rechaza a Pedro, sino que lo reenvía al lugar que le corresponde. Al lugar del seguimiento.
El seguimiento solamente puede ser total. Seguir a Jesús implica dos caras a la moneda:
a. Negarse a si mismo: Es saber decirse “no” a sí mismo.
b. Tomar la propia cruz: Significaría una invitación a la radicalidad, la cual implicaría la posibilidad de asumir la lógica vergonzosa y humillante asumida por el Maestro: la de la Cruz.
Estoy dispuesto yo a seguirle a Jesús en este mundo de hoy?